¿Cuán inclusivo es el “lenguaje inclusivo” en las Universidades?
Argumentos / usos / contradicciones
Fabiola Ferro y Francis Fabre
Algunas Facultades y algunas Universidades en Argentina desde 2017 han emitido distintas disposiciones que, básicamente, habilitan el uso del denominado “lenguaje inclusivo”[1] en el ámbito académico. Son pocas, pero de algún modo marcan una tendencia en las Universidades de “actualizarse” en materia de uso del lenguaje.
La autorización de uso constituye, de hecho, una intervención glotopolítica[2] en las casas de altos estudios, aunque no es exclusiva de ellas: también hay intentos de regulación en algunas dependencias del Estado, en distintas instancias, y hasta se presentó en 2021 un proyecto de ley nacional que tiene por objeto garantizar el derecho al uso del “lenguaje inclusivo” en ámbitos públicos. Hay que destacar que en general las normas no definen qué se entiende por «lenguaje inclusivo» (se da por conocido) y no siempre se legisla sobre el mismo tipo de uso. En las Universidades, en particular, a veces se autoriza para tesis, otras para todos los usos institucionales, otras no se especifica tan claramente, pero en general se hace hincapié en usos escritos.
Estos intentos de regulación del uso de la lengua se sostienen, básicamente, en el argumento de que el uso del «lenguaje inclusivo» en muchos casos es combatido, atacado o prohibido, y que en consecuencia es violentada la persona que lo usa. Los argumentos con los que se defiende el uso del “lenguaje inclusivo” en las casas de altos estudios no son diferentes de los que se usan en otros ámbitos: desde que “hace visible a las mujeres”[3], o “a las mujeres y las diversidades”, pasando por “el lugar central del lenguaje que nos constituye como sujetxs”, hasta que “termina con el lenguaje androcéntrico, el cual constituye una forma de reproducción del patriarcado”. En todos los casos, la defensa del uso del «lenguaje inclusivo» está articulada como parte de la defensa democrática del derecho al uso de la palabra y en contra de la opresión patriarcal.
Pero sería bueno, para comenzar, separar un poco tanto argumento yuxtapuesto.
¿Qué se entiende por “lenguaje inclusivo”?
En principio, tiende a denominarse «lenguaje inclusivo» en castellano[4] a cierta configuración gramatical o discursiva[5] que rompe con el binarismo de género gramatical. Dicho de otro modo, suele entenderse por «lenguaje inclusivo» a aquel que no reproduce el binarismo de género masculino / femenino en la gramática en lo que hace a la referencia a personas. Sin embargo, esta concepción es limitada, y además habilita luego algunas confusiones importantes.
Es importante señalar que el denominado «lenguaje inclusivo» no es sólo un procedimiento gramatical que consiste en agregar el uso del morfema “-e”. Limitar la compresión del «lenguaje inclusivo» como si se tratara de un tema, en términos generales, primordialmente lingüístico (incluyo en este sentido desde lo gramatical hasta lo discursivo) y comunicacional hace perder de vista sus aspectos sustantivos en tanto fenómeno social: en este caso como en otros, se hace necesario atender la relación lenguaje / sociedad, y en particular, el papel social de los movimientos que lo usan y de las instituciones que o bien lo combaten (como la Real Academia Española, por ejemplo), o bien intentan incorporarlo (como algunas Universidades y algunas Facultades, pero también otras instituciones educativas, estatales, y un largo etcétera). En el caso del “lenguaje inclusivo”, lo primero que hay que señalar es que está íntimamente enlazado con las luchas del movimiento trans*[6] en particular, y, en general, del movimiento de mujeres y del movimiento LGTBQ+.[7]
Dicho esto, podemos analizar algunos aspectos del «lenguaje inclusivo» que suelen dejarse fuera del debate, a saber:
- los enunciados “hola a todos, todas y todxs” y “hola a todxs” son contrapuestos. El primer uso del “todxs” es una reformulación del uso binario del género gramatical y señala una diferencia entre “destinatarios masculinos”, “destinatarias femeninas” y “otrxs destinatarixs”, quienes aparecerían como una tercera opción. La segunda opción enunciativa, la de “hola a todxs”, por el contrario, directamente desarticula la concepción binaria del género: todxs somos todxs, no hay un grupo “todos”, un grupo “todas” y además un grupos “todxs” diferente;
- el uso del «lenguaje inclusivo» para una persona particular, para unx destinatarix específicx, en singular, puede constituir directamente un modo de violentar a una persona. ¿Qué personas pueden ser destinatarias del uso del «lenguaje inclusivo» en singular? Sólo aquellas que asuman públicamente que ese es el género gramatical que eligen para sus pronombres personales (elle) y los consiguientes usos que marcan género (por ejemplo, “¿Estás cansade?”). Llamar a alguien según su aspecto físico, por ejemplo, “profesorx” o “alumnx”, es, lisa y llanamente, la exposición de un prejuicio.[8]
- El «lenguaje inclusivo» se corresponde con un campo denotativo-ideológico. No todo puede ser nombrado bajo las formas del “lenguaje inclusivo”, porque las condiciones histórico-materiales en las que se ha generado delimitan un “nosotrxs” (identificado con parte del movimiento de mujeres, buena parte del movimiento LGTBQ+, pero en particular la comunidad trans*) frente a un “ellos / ellas” (identificado con una parte menor del movimiento de mujeres, y un conjunto de instituciones reaccionarias, en primer lugar, la Real Academia Española, entre otras). Y esto es clarísimo si vemos algunos ejemplos: al día de hoy, nadie que use habitualmente «lenguaje inclusivo» consideraría aceptable (o válido) el uso de frases como “lxs policíxs” o “lxs académicxs transfóbicxs”. Es más, esta última frase constituye lisa y llanamente un oxímoron.
Como decíamos, este conjunto de procedimientos descriptos son resultado de su proceso de constitución histórico-material: se trata de una forma de hablar que ha surgido en la oralidad de las calles y al calor de las luchas. Eso marca sus usos, sus “contrapuntos”, lo que puede ser dicho con/en «lenguaje inclusivo» y lo que no. Y todavía tiene esa impronta, incluso en las formas escritas.
Sin embargo, todavía falta caracterizarlo mejor. Un argumento importante en la defensa del uso del «lenguaje inclusivo» en las Universidades (y también en otros ámbitos) es que se opone al lenguaje androcéntrico (el que utiliza el género gramatical masculino como universal). Y eso es una verdad a medias, y por lo tanto, es más lo que confunde que lo que logra aclarar. Como parte de la vida social, el «lenguaje inclusivo» se opone al lenguaje que refuerza en su gramática el binario de género: ya se trate del lenguaje androcéntrico, ya se trate del que suele llamarse desplegado (el que utiliza los dos géneros gramaticales normativos a la vez -los géneros gramaticales femenino y masculino-, el que se identifica con la frase “todas y todos”), el cual abandona el androcentrismo pero refuerza el binarismo. Por el contrario, afirmamos que el «lenguaje inclusivo» se enfrenta, centralmente, al binario de género y al cisexismo, el cual es definido por Blas Radi (2020) como “el sistema de exclusiones y privilegios simbólicos y materiales vertebrado por el prejuicio de que las personas cis [esto es: las personas que no son trans] son mejores, más importantes, más auténticas que las personas trans”.
Y este es un punto central: lo que todos esos argumentos de las Instituciones (y de quienes hablan por ellas) en la defensa del uso del “lenguaje inclusivo” tienden a ocultar, de hecho o voluntariamente, es que el «lenguaje inclusivo» constituye una respuesta a aspectos simbólicos del cisexismo y desconoce, en un solo golpe, la normativa lingüística y la cisnormatividad.
El cisexismo en las Universidades Nacionales
Ahora bien, el hecho es que en varias Universidades Nacionales o en Facultades de ciertas Universidades se ha autorizado el uso del “lenguaje inclusivo”. Algo que hemos de decir, en primer lugar, es que el uso en las aulas y en los pasillos preexistía a su autorización. A eso hay que agregar también que su autorización parece pretender darle cuerpo institucional y a la vez promover la escritura de una forma oral callejera que constituye un fenómeno rico y múltiple. Por último, el estudio y análisis del “lenguaje inclusivo” implica también, con todas las mediaciones del caso, examinar tanto la emergencia como el desarrollo de uno de los movimientos populares más masivos de las últimas décadas: el de los derechos en materia de géneros.
Por eso no podemos dejar de señalar, enfáticamente, que las mismas instituciones universitarias que aprueban normas garantizando el derecho al uso del “lenguaje inclusivo” son profundamente cisexistas y no tienen políticas de inclusión trans*, lo que resulta en las siguientes consecuencias:
- no hay una política de becas específicas para personas trans* ni una política de permanencia de estudiantes trans*;
- no se instrumenta el cupo laboral trans* para docentes y no docentes (apenas si se ha contratado a algunas personas en las Universidades Nacionales bajo esa figura);
- no hay capacitación para docentes, no docentes y estudiantes ni hay una campaña contra el cisexismo y la transfobia;
- los cursos de la Ley Micaela, cuando se hacen, apenas si tocan el tema y en algunos casos, como el de la UBA, directamente incurren en la malgenerización de una conocida teórica trans*;
- la transfobia y el cisexismo no son, de hecho, considerados por las Universidades violencias “dignas” de identificar, prevenir, erradicar y abordar, ni siquiera ante situaciones de denuncias concretas que reclaman inmediata atención institucional;
- los programas de estudio de carreras como Medicina y Psicología (entre otras) siguen, de conjunto, patologizando a las personas trans*;
- no hay baños no-binarios salvo excepciones aisladas;
- se incumple reiteradamente con el artículo 12 de la Ley de Identidad de Género (ley aprobada en 2012): “Trato digno. Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes, que utilicen un nombre de pila distinto al consignado en su documento nacional de identidad. A su solo requerimiento, el nombre de pila adoptado deberá ser utilizado para la citación, registro, legajo, llamado y cualquier otra gestión o servicio, tanto en los ámbitos públicos como privados.”; y, finalmente
- las obras sociales de las Universidades Nacionales tienden sistemáticamente a incumplir con al menos parte de las prestaciones de salud estipuladas en el artículo 11 de la Ley de Identidad de género (el que regula que el derecho al libre desarrollo personal incluye el derecho a la salud y a todo tipo de tratamiento. Todas las personas mayores de dieciocho (18) años de edad podrán, conforme al artículo 1° de la presente ley y a fin de garantizar el goce de su salud integral, termina explicitando que “todas las prestaciones de salud contempladas en el presente artículo quedan incluidas en el Plan Médico Obligatorio, o el que lo reemplace, conforme lo reglamente la autoridad de aplicación.”).
Cabe aclarar que las reivindicaciones en materia de géneros en las Universidades abarcan también otros temas, no sólo el cisexismo. A modo de Ilustración de otras demandas: faltan en muchos casos jardines materno-parentales para que lxs trabajadorxs, pero en particular las personas que se hacen cargo del cuidado de niñxs (en la mayoría de los casos, mujeres cis) puedan dejar a sus hijxs a resguardo mientras trabajan; tampoco hay en muchos casos lactarios (para personas que estén amamantando) o juegotecas que permitan que lxs niñxs estén sólo las 2 horas que lx docente está dando clase (a diferencia de un jardín, que exige asistencia diaria); la instrumentación de los protocolos y la licencia por violencia de género es en muchos casos un verdadero calvario (además de que, en general, está pensada más para atender casos donde las víctimas son sólo mujeres cis, pasando por alto que existen en las Universidades personas trans que también son víctimas de violencia de género).
El fetiche del “lenguaje inclusivo” y la falta de inserción trans* en las Universidades
Suponer que el “lenguaje inclusivo” es un horizonte de llegada es un error, y conlleva su fetichización. La noción de fetiche lingüístico (Bein, 2005)[9] explica ese razonamiento según el cual se sostiene que una ciertas características mágicas asignadas al “lenguaje inclusivo”, considerado de modo autónomo o aislado de sus condiciones histórico-materiales, separado de sus determinantes ideológicos, alcanzarían para satisfacer todas las necesidades en materia de derechos de géneros. Dicho más coloquialmente, el argumento se sintetizaría del siguiente modo: el uso generalizado del “lenguaje inclusivo” terminaría con todos los problemas de inclusión en materia de géneros. Se trata de un argumento falaz que estira la noción de performatividad del lenguaje[10] hasta descuartizarla.
En línea con la teoría de los actos de habla[11], Sara Ahmed (2012) propone analizar lo que llama «actos de habla institucionales». La autora afirma que a menudo los enunciados sobre la inclusividad/diversidad de una institución no constituyen simplemente un acto de habla constatativo (es decir, que describe un estado de cosas), sino que además están haciendo algo. Ahora bien, aquello que se realiza no es, efectivamente, lo que el enunciado constatativo afirma, es decir la inclusividad de la institución, sino la idea (la fantasía) de que la universidad es inclusiva y diversa, idea que circula dentro de la comunidad educativa. Ahmed distingue entonces entre los efectos producidos por un enunciado institucional y lo realizado por un enunciado performativo. Tanto los discursos de inclusividad/diversidad como el uso del “lenguaje inclusivo” por parte de instituciones adquieren vida propia: no producen cambios efectivos en la institución, sino la apariencia de estos.
Es por esto mismo que explica Ahmed (2012) que pretender obviar el carácter particular del “lenguaje inclusivo” no es ingenuo. La incorporación del “lenguaje inclusivo” en las Universidades Nacionales tiene un doble carácter, contradictorio:
- por un lado, esa incorporación se inscribe en un intento de fetichización y apropiación del “lenguaje inclusivo” por parte de las instituciones universitarias (mejor dicho, de las autoridades universitarias, de esas mismas que sostienen un sistema universitario basado en los salarios de miseria, docentes ad honorem, trabajo docente bajo virtualización forzosa, incumplimiento del Convenio Colectivo de Trabajo de la docencia universitaria y negocios privados de toda laya), intento que se replica en otras instituciones similares. Esos intentos forman parte una política más general, que incluye, a la vez, sucesivos intentos de cooptación de distintas organizaciones y movimientos vinculados a los derechos de las mujeres, de las personas trans*, de las personas que se autodefinen en las múltiples identidades englobadas en la sigla LGTBQ+. En el caso de las patronales universitarias, que conocemos muy bien, es parte de su lógica intentar apropiarse y/o cooptar procesos de lucha.[12] Pero además, como decíamos, se trata de instituciones cisexistas (pensadas por y para personas cis), lo que agrava el problema; y,
- por el otro lado, esas mismas instituciones (y autoridades) no han podido, por ahora, limpiar el “lenguaje inclusivo” de su carácter rebelde, movilizador, ligado a las luchas que abrazaron la Ley de Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género, el Ni Una Menos, la legislación por aborto legal, seguro y gratuito y la regulación y cumplimiento del cupo laboral trans* en diferentes jurisdicciones y en el nivel nacional. Quienes militamos hace años por derechos en materia de géneros, sabemos que cada conquista ha sido arrancada después de años de lucha, y que a su vez, cada conquista exige después una lucha cotidiana para que se cumpla. Un buen ejemplo es el sistemático incumplimiento de la Ley de identidad de Género, que en poco más tendrá ya 10 años de sancionada.
Conclusiones
Dicho todo esto, es importante destacar que nosotrxs no renegamos del uso del “lenguaje inclusivo”: de hecho nosotrxs lo usamos, tanto en la escritura como en la oralidad. Tampoco abogamos por su imposición: el uso del “lenguaje inclusivo” supone el desarrollo de nuevas competencias lingüísticas que atañen al corazón de las estructuras gramaticales que todx hablante del castellano como lengua primera ha aprendido[13] en sus primeros años de vida. Así que reconocemos también la situación en la que unx hablante sólo usa el “lenguaje inclusivo” en un saludo inicial (“hola a todxs”) para dar cuenta, desde el inicio de la interacción, de una orientación pragmático-comunicacional que le permite establecer un tipo de vínculo con lxs destintarixs y un posicionamiento frente al cisexismo. Y esto involucra un proceso de producción de sentido que va más allá de las capacidades y voluntades metalingüísticas o metacomunicativas de las personas involucradas en una situación particular.
Defendemos el derecho al uso del “lenguaje inclusivo”, pero no le asignamos características mágicas, no lo aislamos de sus condiciones, sino que por el contrario, incluimos su uso, su estudio y la difusión de los resultados de nuestras investigaciones como parte de la lucha contra la opresión cisexista que garantiza hoy el Estado y reproducen innumerables instituciones, entre las que tienen un papel destacado las Universidades Nacionales, encargadas de formar docentes, científicxs e intelectualxs.
No nos conforman las fantasías de inclusión. Queremos Universidades que garanticen el ingreso, permanencia y egreso de lxs hijxs de la clase obrera. Queremos Universidades que garanticen el ingreso, permanencia y egreso de personas trans*. Queremos Universidades que garanticen el ingreso, permanencia y egreso de lxs hijxs trans* de la clase obrera. Queremos muchas “inclusiones”, igualitarias y democráticas. Y para eso, con la autorización de uso del “lenguaje inclusivo”, en el mejor de los escenarios, apenas si alcanza para empezar.
Marzo de 2022
Fabiola Ferro. Lingüista. Trabaja la articulación entre el campo de la glotopolítica y los estudios en cultura popular. Docente en las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Sociales de la UBA. Profesora a cargo del Seminario El “lenguaje “inclusivo” en castellano: problemas, usos, disputas y debates, de la Fac. de Ciencias Sociales, UBA. Secretaria de Derechos Humanos de AGD UBA
Francis J. Fabre. Politólogo. Investiga en los campos de los estudios sobre las modalidades de control social, los estudios trans* y la teoría queer. Participa en el Observatorio de Seguridad y el Programa de Estudios del Control Social en la Facultad de Ciencias Sociales, UBA y del Grupo de Filosofía Práctica y Políticas Queer en la Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
Bibliografía referida
- Ahmed, S. (2012). On Being Included. Durham y Londres: Duke University Press, pp. 51-82.
- Alabarces, P. (2018). “Peronistas, populistas y plebeyos: ocho entradas”. En J. E. Brenna B. y F. Carballo E. (coords.): América Latina: de ruinas y horizontes. La política de nuestros días, un balance provisorio, Ciudad de México, Bonilla Artigas Editores, Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, pp. 231-250.
- Arnoux, E. N. de (2000). “La glotopolítica: transformaciones de un campo disciplinario”. En Lenguajes: teorías y práctica Primer Simposio de la Maestría en Ciencias del Lenguaje, Buenos Aires, Secretaría de Educación, GCBA, pp. 3-27.
- Bein, R. (2005). “Las lenguas como fetiche”, en J. Panesi y S. Santos (eds.): Actas del Congreso Internacional “Debates actuales: las teorías críticas de la literatura y la lingüística”, Buenos Aires, Departamento de Letras, Facultad de Filosofía y Letras, UBA (publicación en CD, sin paginar).
- Ferro, F. (2022). “Apuntes sobre el «lenguaje inclusivo»”, en B. Radi (ed.): Ni agregados ni excepciones. La educación más allá del binario de género, Buenos Aires, DeCeducando. (En prensa. Publicación estimada para abril de 2022).
- Radi, B. (2020). “Notas (al pie) sobre cisnormatividad y feminismo”, en Revista de filosofía moderna y contemporánea, vol. 11, 2020, pp. 23-36.
- Radi, B. y M. Spada (2020). «Lenguaje inclusivo, cambio lingüístico y cambio social», en R. Janoario y L. Peluso (orgs.), Diferencia y reconocimiento. Apuntes para deconstruir la ideología de la normalidad, Montevideo, Universidad de la República, pp. 51-59.
[1] La denominación “lenguaje inclusivo” es problemática. Blas Radi y Mariana Spada (2020) señalan que muchas veces el “lenguaje inclusivo” funciona “como un mecanismo para generar una fantasía de inclusión sobre una base fuertemente excluyente”. La denominación opera, muchas veces, casi como una contradicción. Se habla de “lenguaje inclusivo” sin que se incluya nada más que algunas variantes léxicas o gramaticales. A esto se suma el hecho de que el adjetivo “inclusivo” es parte también de una “narrativa de la inclusión”, como bien dice Pablo Alabarces (2018), que “postula un lugar de enunciación: sólo puede ser enunciada por el que incluye, nunca por el incluido, que podría reemplazarla –y como no habla, no lo hace– por una narrativa de igualdad y emancipación.” Dicho de otro modo, lo inclusivo “no es, no puede ser, emancipatorio e igualitario”, “delata una posición enunciativa, la del que está en condiciones de decidir a quién y cómo incluir, qué derechos deben ser ampliados. Y en el mismo juego escamotea que los derechos no se amplían como concesión graciosa del poder: se tienen, se conquistan, se lucha por ellos, se pierden en esas mismas luchas. La idea de que los derechos y la inclusión dependen de un poder que los administra es, por lo menos, muy poco democrática; seguramente, muy poco igualitaria.”
Otra denominación relativamente frecuente en otros lugares hispanoparlantes es la de “lenguaje neutro”, pero esta trae otros problemas. ¿Acaso es posible un lenguaje neutro? ¿En qué sentido? Partimos de la noción de que el lenguaje, y sus usos, son siempre ideológicos, políticos, y por lo tanto, nunca neutros. El término neutro, que en este caso señala la neutralidad del género gramatical, puede prestarse a confusiones.
Así que, a pesar de todo, con los reparos señalados y con fines simplificadores, optamos por dejar la forma más usua de nombrar este fenómeno (porque es la que permite a lxs lectorxs identificar más rápidamente de qué hablamos) pero con comillas, para destacar que la denominación también es objeto de debate.
También optamos, entre las muchas escrituras posibles, por la “x”, en lugar de la “e” o el “*”. Optamos por el uso de “x” porque es una marca disruptiva en el texto, a diferencia de la “e”, que acompaña la ideología lingüística que históricamente se ha consolidado acerca de la identidad entre escritura y oralidad en el castellano. Por último, no utilizamos el “*” simplemente porque ha sido menos exitoso que la “x”, y por lo tanto, podría hacer más compleja la lectura del presente artículo.
Para más referencias, cfr. el Ferro (2022).
[2] Elvira Arnoux (2000) estudia el desarrollo del campo de la glotopolítica y explica el sentido en el que usamos el término en este texto. “Por nuestra parte, consideramos que, por un lado, la Glotopolítica no solo aborda el conflicto entre lenguas sino también entre variedades y prácticas discursivas; que, por el otro, atiende como marco social tanto a las pequeñas comunidades como a las regiones, los Estados, las nuevas integraciones o el planeta según la perspectiva que se adopte y el problema que se enfoque; y que, finalmente, puede considerar no solo las intervenciones reivindicativas sino también aquellas generadas por los centros de poder como una dimensión de su política. Desde nuestra perspectiva, el análisis debe centrarse tanto en las intervenciones explícitas como en los comportamientos espontáneos, la actividad epilingüística y las prácticas metalingüísticas, más allá de que asigne importancia a las representaciones sociolingüísticas que las sostienen.”
[3] Es interesante que este mismo argumento, en boca de determinadas corrientes feministas (en general conocidas como radicales), es utilizado para atacar el uso del “lenguaje inclusivo”
[4] A principios del siglo XXI, en varias lenguas (inglés, francés, sueco, alemán, noruego, danés, castellano, entre otras) apareció un fenómeno denominado “lenguaje inclusivo” (en alguna lengua habían aparecido pronombres o denominaciones “inclusivas” mucho antes, pero como manifestaciones aisladas). El fenómeno, como tal, tiene en común en todas las lenguas dos aspectos, definitorios: 1) se refiere a un conjunto de mecanismos o procedimientos que son superadores de una concepción binaria del género; y 2) se enlaza con las luchas del movimiento y las organizaciones LGTBQ+, específicamente del movimiento trans*. Sin embargo, se trata de fenómenos en general muy diferentes entre sí en lo que hace a aspectos particulares porque a) en cada sociedad y en cada Estado las luchas por los derechos de las personas LGTBQ+ han alcanzado desarrollos diferentes en distintos momentos históricos; y, b) cada lengua (así como también cada variedad lingüística y sus producciones discursivas) presenta desafíos morfológicos, sintácticos, discursivos e ideológicos (en el sentido de los signos puestos en disputa) diferentes. Pensar el “lenguaje inclusivo” sólo es posible si se piensa la relación lenguaje / sociedad. Veamos un ejemplo simple: la gramática del inglés permite otras flexiones, y es evidente que su sistema lingüístico tiene menos marcas de género que otras lenguas, pero también es obvio que el cisexismo y la transfobia no son ajenos a las sociedades de habla inglesa. Así que antes de pensar en aspectos gramaticales, invitamos a pensar en las condiciones sociales en las que se desarrollan los usos lingüísticos, en este caso particular, el “lenguaje inclusivo”. Para más datos, cfr Ferro (2022).
[5] Además de los sectores académicos normativistas que rechazan el uso del «lenguaje inclusivo» (como la Real Academia Española), hay una muy larga discusión académica entre quienes sostienen que el «lenguaje inclusivo» afecta aspectos de la estructura misma de la lengua (del sistema de la lengua, en el sentido saussuriano) o del discurso (es decir, de las regularidades histórico-pragmáticas del uso de la lengua, impregnadas por la praxis social, más allá de características individuales o personales de uso de la lengua). No nos ocupamos de esta cuestión en este artículo, y por eso no nos extendemos en el asunto.
[6] Utilizamos el término trans* como hiperónimo para un conjunto de identidades que incluyen personas trans, travestis, no binarixs, entre otras muchas posibilidades.
[7] Es necesario explicitar el alcance de esta generalización. Por un lado, hay diferencias e incluso fuertes tensiones entre algunas fracciones o sectores del movimiento de mujeres y el movimiento trans*, las cuales también se dan en el plano del lenguaje. A esto se agrega, por ejemplo, que hay una corriente lingüística feminista que tiene una agenda propia, la cual no incluye el fenómeno del “lenguaje inclusivo”. A pesar de estas consideraciones, entendemos que el ascenso del movimiento por los derechos de las personas trans* y, de conjunto, del movimiento de mujeres y del movimiento LGTBQ+ es el cuadro en el que se han generado las condiciones histórico-materiales para la aparición y desarrollo del “lenguaje inclusivo”.
[8] Una poetisa trans* invitada a dar una charla en el seminario El “lenguaje “inclusivo” en castellano: problemas, usos, disputas y debates, dictado en la Facultad. de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires en 2021, contó una anécdota impactante: en una reunión social, un grupo de mujeres conocidas de ella estaban charlando sin usar “lenguaje inclusivo”, algo que comenzaron a hacer apenas ella se incorporó al grupo. El uso del “lenguaje inclusivo” sirvió, en este caso, más bien para una “exclusión” o un señalamiento de la diferencia.
[9] Roberto Bein (2005) define el concepto de fetiche lingüístico del siguiente modo: “entendido análogamente al fetiche de la mercancía que Karl Marx desarrolló en El Capital. Según Marx, la realidad de los intercambios hace pensar que 20 codos de lino equivalen a 10 libras de té porque ambos cuestan 2 onzas de oro y que, por tanto, este valor es algo objetivo contenido en las mercancías, cuando en realidad se trata de una igualdad en cierto momento histórico que depende de la maquinaria, de las relaciones sociales de producción, del rendimiento de la tierra, etc.; es decir que lo enigmático de la mercancía consiste en que devuelve a los hombres la imagen de las características sociales de su propio trabajo deformadas como propiedades naturales de las cosas. De manera análoga, a las lenguas se les atribuyen ciertas cualidades esenciales que son, en realidad, un reflejo de las funciones que desempeñan en ciertas relaciones sociales de producción. Como a cualquier otro, al fetiche lingüístico se le atribuyen cualidades mágicas: se deposita en él la virtud de conseguir empleo, o la de reunificar una comunidad, o la de hacer perdurar una religión.”
[10] Entre las distintas corrientes y tradiciones que estudian el lenguaje, la teoría de los actos de habla ha establecido, en sus inicios, que el lenguaje puede ser descriptivo pero también realizativo (o performativo), es decir, puede describir o puede realizar, en el mismo enunciado, un acto. Por ejemplo, en un enunciado como “los declaro marido y mujer”, dadas ciertas condiciones (quien lo enuncia tiene la facultad de casar, quienes se presentan están en condiciones de casarse, es el ámbito adecuado, etc.), la misma enunciación constituye la acción de casar a lxs destinatarixs. A los fines de este artículo, nos interesa resaltar que la performatividad del lenguaje (es decir, la capacidad de un enunciado en constituirse en una acción que a su vez modifica un estado de cosas) no es ilimitada.
[11] Cfr. nota 10.
[12] Un buen ejemplo de esto que describimos es la historia del Convenio Colectivo de Trabajo de la Docencia Universitaria. Nos llevó años de organización, campaña y lucha conseguirlo, y seguimos luchando por su aplicación. Sin embargo, hemos escuchado reiteradamente en boca de autoridades universitarias y gubernamentales y de distintas personas e instituciones (algunas, sindicales) que actúan como sus voceras que la presidenta Cristina Fernández nos lo dio (sic) en 2015. Esas mismas autoridades universitarias son las que no lo cumplen en la mayoría de los casos, particularmente en lo que hace a la regularización de todxs lxs docentes y la aplicación de la carrera docente. La Universidad Nacional de Córdoba y la UBA son los casos más destacables por tener convenios particulares a la baja.
[13] Usamos el término “aprender” en el sentido que le ha dado Vigotsky. Excede por lejos a este artículo el desarrollo de las distintas concepciones a lo largo de todo el siglo XX sobre adquisición y aprendizaje del lenguaje.
Sobre el intento de prohibición del uso del “lenguaje inclusivo” en las aulas por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
El presente artículo fue escrito en marzo de 2022. El 9 de junio, en el Boletín Oficial de la Ciudad de Buenos Aires se publicó una resolución por la cual se intenta prohibir el derecho al uso del “lenguaje inclusivo” en los ámbitos educativos inicial, primario y secundario, llegando incluso a amenazar con sanciones a lxs docentes que lo usen.
Nos parece importante hacer algunas observaciones:
- No existe un marco legal por el que puedan prohibir el uso del “lenguaje inclusivo”, ya que no hay ley nacional ni sobre lengua oficial ni sobre cuáles son las formas en las que debe usarse el lenguaje.
- El intento de regular su uso es directamente una intentona fascista: una política de uniformización del discurso que intenta controlar el uso social del lenguaje, desconociendo que el cambio lingüístico es un proceso social que de hecho ha existido desde que existe el lenguaje.
- Los argumentos de la resolución son variopintos. Carecen de sustento científico (no hay una solo estudio que demuestre que el uso del “lenguaje inclusivo” afecta la lectoescritura), recurren a la rancia Real Academia Española como si sus producciones fueran de carácter legal, etc. Quizá si prestaran atención al desmantelamiento de la educación pública, a la falta de infraestructura, a los salarios de miseria de lxs docentes, a la falta de formación docente gratuita y en horario de trabajo y a la pobreza en la que vive más del 50% de la población, incluidxs lxs niñxs, encontrarían mejores respuestas para los problemas de lectoescritura que detectan en un distrito que gobiernan hace más de 15 años.
- La resolución del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires implica directamente un ataque a las libertades democráticas, violenta a docentes y estudiantes y constituye lisa y llanamente una censura. Ataca la libertad del derecho al uso del “lenguaje inclusivo” no sólo como hablantes, sino también como oyentes. Para ilustrar un caso: intenta obligar a unx docente a utilizar las formas del lenguaje binario para referirse a unx estudiante que use pronombre no binario, negándole a lx estudiante su propia experiencia y violando lo prescripto por la Ley de Identidad de Género.
- El llamado “lenguaje inclusivo” es la expresión de una inmensa lucha popular. Acuña y Larreta lo saben. Nosotrxs sabemos que con “lenguaje inclusivo” no nos alcanza. Rechazamos todo intento de prohibir el derecho al uso del “lenguaje inclusivo”, denunciamos la amenaza extorsiva de sanciones, nos pronunciamos por la organización en defensa de una educación pública, laica gratuita, al servicio de las necesidades del pueblo trabajador.